La revolución por la independencia norteamericana es difícil de desligar del halo romántico sobre el que el propio país ha construido su mitología. Es más, siempre desde su óptica, se ha dado la idea de que fue una rebelión contenida, mesurada, llevada a cabo desde la justicia y la contención, y protagonizada por nobles patriotas que defensaban su idea de libertad frente a un opresor tiránico allende la mar.
Precisamente, el presente libro de Holger Hoock, Las cicatrices de la independencia (Desperta Ferro Ediciones, 2021), bajo el preclaro subtítulo El violento nacimiento de los Estados Unidos, busca desterrar esa leyenda maniquea de un conflicto aséptico en el que unos nobles y oprimidos colonos se enfrentaron a la maquinaria expoliadora de un imperio consolidado.
La idea de Hoock es que en EEUU se ha ido instaurando la idea de la revolución norteamericana como una guerra incruenta, que ignora los traumas físicos y psicológicos de las personas que la sufrieron, y cita a la historiadora Carol Berkin, que dice que «para muchos estadounidenses, la Revolución es la última visión romántica de la guerra que les queda». Pero con los fríos datos, resulta, y esto es sorprendente, que en la Guerra de la Independencia murieron diez veces más estadounidenses per cápita que en la Primera Guerra Mundial, y casi cinco veces más que en la Segunda.
Como veremos, en esta guerra (como en todas las otras), la narrativa iba a ser muy importante en el devenir de la misma. Las narraciones de la violencia ayudaron a formar alianzas y a movilizar apoyos, tanto a favor de los rebeldes como del Imperio. Por medio de estas historias, cada bando reclamó para sí una superioridad moral con que ganarse el apoyo de la población de las colonias.
Desde los primeros incidentes, la llamada masacre de Boston, y el incidente del motín del té de 1774, quedó claro que cualquier persona que se considerara desleal a la causa norteameriicana corría peligro de ser perseguido y represaliado. Los comités de ciudadanos, que operaban al margen de las Asambleas, afectaron la vida de los colonos de manera intimidatoria fomentando un ambiente de suspicacias, cuando no de paranoia y terror. Muchos de ellos no hicieron mucho por frenar la violencia hacia el bando adversario, sino al contrario. La persecución a los tories al principio de la guerra en las colonias fue brutal y los castigos podían ir desde el emplumamiento y la brea, hasta las palizas y el destierro o simplemente la ejecución sumaria, pasando por el encarcelamiento en antiguas minas sin iluminación ni ventilación.
En la Vieja Europa, la violencia en las colonias les quedaba muy lejos, pero la opinión pública empezó a ser receptiva cuando los tabloides empezaron a hablar de las aberraciones que se cometían contra los ciudadanos lealistas en las colonias. Gran Bretaña estuvo durante la primera fase de la guerra en un gran dilema: ¿debía seguir la senda política y diplomática para intentar llevar a los hijos descarriados de nuevo a la madre patria, o era necesario aplastar la rebelión directamente? Los hermanos William y Richard Howe, comandante en jefe británico y comandante naval respectivamente, abogaban por medidas conciliatorias con las colonias, un enfoque que seguiría más allá de las primeras campañas de la guerra. Con el tiempo, y en 1775 con el rey declarándolas en abierta rebelión, el debate se trasladó a qué grado de violencia sería el correcto para sofocar la insurgencia. A partir de esa fecha, Gran Bretaña negocia con potencias extranjeras acuerdos para obtener tropas y el rey asciende a lord George Germain a secretario de Estado para la cuestión norteamericana, conocido por su línea dura.
«Para muchos estadounidenses, la Revolución es la última visión romántica de la guerra que les queda.»
Carol Berkin, citada por Hoock
El año 1775 marca el Rubicón particular de esta guerra. En octubre, el capitán Henry Mowat se encarga de ejercer los primeros castigos a las colonias por vía marítima. Los bombardeos a una serie de poblaciones costeras de Massachussets, Maine y New Hampshire -como en el caso de Falmouth, donde tras más de tres mil proyectiles, las tres cuartas partes de los edificios había sido volatilizada- le valieron el calificativo de monstruo. El gobierno británico usó de forma partidista la carta de la liberación de los esclavos, a los que prometió libertad si se unían a su causa. No había un afán liberador real: era sólo una forma de obtener nuevas tropas en suelo americano.
Hoock entiende que una parte importante de la guerra descansaba sobre la narrativa que prevaleciera del conflicto, por eso ambos bandos no tardaron en usar la deshumanización del enemigo como método para obtener adhesiones. Washington, comandante en jefe del ejército norteamericano, y visto siempre como un carácter meditativo y calmado, advertía que para ganar la guerra en el plano moral, debía demostrar mayor civismo que el enemigo, y eso pasaba por dar cuartel, respetar las convenciones de guerra y sobre todo evitar que las tropas saquearan o dañaran al pueblo. Esto último era difícil: el clima de inseguridad de la población era tal que los comandantes de ambos bandos impusieron severos castigos por el pillaje. Pero ni aún así, a pesar de que las penas eran brutales (en especial, en el bando británico, pero en ambos bandos presentes), estas no lograron eliminarlo, porque los suministros del ejército eran su verdadero punto débil (de nuevo, especialmente del británico). La narración de esos abusos, del pillaje, del encarnizamiento de los bandos (las tropas mercenarias hessianas no dando cuartel), las violaciones de mujeres… pusieron a prueba el poder de la prensa como documentadora de las atrocidades de los campos de batalla, impulsando sobre todo una narrativa verosímil de victimización y legitimación de la rebelión.

Otro de los aspectos que hablan de la deshumanización del conflicto es el tratamiento de los prisioneros de guerra. Los británicos se negaban a calificar a los rebeldes capturados como prisioneros de guerra porque eso equivalía a reconocer la soberanía del territorio sublevado. Este hecho hizo que no se pudieran dar los intercambios de prisioneros a gran escala típicos de las guerras europeas. Las condiciones de vida en las prisiones (prisioneros hacinados, agua pútrida, aire viciado, uso de antiguas minas como calabozos, o los temidos buques prisión) sin duda favoreció la aparición de diversas enfermedades. Pero no hemos de pensar que esta violencia se dio en un solo bando: el cautiverio en poder de los estadounidenses fue a menudo una experiencia horrenda. El ejemplo lo tenemos en el ejército británico derrotado en Saratoga. Con un grueso cercano a 6000 soldados británicos y alemanes, los términos de la rendición establecían que serían entregados en Canadá o en Boston, y de ahí a Europa, según fueran tropas auxiliares canadienses o britano-germánicas, respectivamente. Pero la Corona se negó a ratificar ese acuerdo (por las razones ya explicadas), con lo que miles de soldados tuvieron que ser retenidos en condiciones penosas (en parte, porque no estaban preparados para ello). Cuando por fin en 1782, cinco años más tarde, se liberó a los que quedaban presos, su número se había reducido a 470 hombres.
En la parte final del libro, Hoock argumenta que la Guerra de Independencia de los Estados Unidos ha sido presentada de manera simplista en la historia popular, como una lucha heroica y justa contra la tiranía británica. Sin embargo, la guerra fue mucho más compleja y que las cuestiones de raza, género y clase social fueron importantes.
El autor también examina cómo la Guerra de Independencia de los Estados Unidos ha sido utilizada para respaldar ciertas narrativas políticas, tanto en el pasado como en el presente. Desde la era de la Guerra Fría hasta la actualidad, la historia de la Guerra de Independencia ha sido utilizada para justificar una amplia gama de políticas, desde el intervencionismo militar hasta la lucha contra el terrorismo.
Hoock concluye el epílogo argumentando que es importante comprender la complejidad de la Guerra de Independencia y cómo ha sido utilizada para respaldar diferentes narrativas políticas. La comprensión de la historia real de la Guerra de Independencia, según el autor, puede ayudar a fomentar un debate más honesto y productivo sobre el legado de esta guerra para la sociedad estadounidense.

Conclusiones
Las cicatrices de la independencia de Holger Hoock es un libro que explora los aspectos violentos y brutales de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.Ciertamente, para el lector norteamericano, que quizá ha idealizado la figura de Washington y de los patriotas que lograron la independencia, pueda resultar una lectura incómoda, pero para lectores que no tienen este vínculo y pueden leerlo de forma objetiva el libro resulta apasionante.
Hoock analiza cómo la violencia se utilizó como una táctica militar por ambos bandos, y cómo las masacres y ejecuciones sumarias eran comunes en la guerra. También examina cómo la guerra afectó a los civiles, y cómo la violencia se extendió a las comunidades indígenas y a los esclavos africanos. El libro aborda cómo la violencia y la brutalidad de la guerra se reflejaron en la cultura estadounidense después de la independencia, en obras literarias y culturales, y cómo esto ha influido en la percepción de la guerra y la independencia de los Estados Unidos.
Además del prodigioso pulso narrativo del autor, si hay una cosa que destaca en el libro de Hoock es la impresionante labor de documentación que ha llevado a cabo el autor para su estudio, tanto de fuentes primarias como secundarias. No se trata de un libro historiográfico que se detenga a ver cómo se ha visto a lo largo de la historia el conflicto de la revolución norteamericana, sino que se encarga, a base de pruebas feacientes, de probar la tesis que mueve el libro Las cicatrices de la independencia: que la guerra fue mucho más violenta de lo que se ha reconocido comúnmente, y que la violencia y la brutalidad de la guerra dejaron cicatrices duraderas en la sociedad y en la cultura estadounidense.
Puedes leer el primer capítulo completo aquí.
Juegos recomendados de este conflicto:
· Battles of The American Revolution Tri-pack: Guilford, Saratoga, Brandywine. Mark Miklos. GMT, 2017.
· The American Revolution. Richard Borg. Compass, 2017.
· Freeman’s Farm 1777. Maurice Suckling. Worthington Publishing, 2019.